La
violencia contra las mujeres nace de un sistema de relaciones de género anclado
en la organización social y la cultura, que a lo largo de la historia ha
postulado que los hombres son superiores a las mujeres, tienen diferentes
cualidades y han de ejercer distintos roles. Estos roles estereotipados
asignaban la dominación, el poder y el control a los hombres, y la sumisión, la
dependencia y la aceptación indiscutible de la autoridad masculina, la
obediencia, a las mujeres. En este contexto se toleraba socialmente que los
hombres utilizasen la violencia en el interior de la familia para afianzar su
autoridad. La educación y socialización de hombres y mujeres tenía como
objetivo desarrollar las cualidades y potencialidades necesarias para mantener
este orden establecido.
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