El
maltratador puede desviar la violencia hacia sus hijos para maximizar el daño
contra la mujer.
Miguel Lorente Acosta27 AGO 2012 – El Pais.
El impacto de una noticia como la que
apunta la información sobre José Bretón y el presunto homicidio de sus hijos,
Ruth y José, tiene un doble efecto: por un lado genera una sensación de
incredulidad, y por otro limita los hechos a unas circunstancias particulares.
Ante un escenario de este tipo la conclusión más frecuente es que se trata de
un loco que ha actuado por una serie de elementos individuales, y para
confirmarlo se dice que “la mayoría de los padres no matan a sus hijos”, dando
por cerrada la valoración de lo ocurrido y con ella la posibilidad de actuar de
manera preventiva frente a futuros casos.
En los últimos años más de 10 menores
han sido asesinados por sus padres como parte de una situación de violencia de
género, y en lugar de entender que se trata de una violencia dirigida contra la
mujer que se extiende a los hijos e hijas, hay quien no ve más allá de lo
inmediato y se queda en el resultado del homicidio de los menores. Esta visión
es la que llevó al Gobierno a hablar de violencia en el entorno familiar en
lugar de violencia de género, y al PP a plantear una modificación de la Ley
Integral. A nadie se le ocurriría pensar que cuando un atentado terrorista se
dirige contra la Policía o la Guardia Civil se trata de un acto criminal contra
el entorno de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, o que la
pretensión de los terroristas es debilitar a la Policía o Guardia Civil, todo
el mundo entiende que es un acto criminal contra el Estado.
El maltratador utiliza la violencia con
un doble objetivo. En un primer momento, mientras la relación se mantiene, la
violencia actúa como un mecanismo de control y sometimiento, y en una segunda
fase, cuando la relación se ha roto, busca producir un daño profundo y directo
en la mujer, y generalmente se traduce en una agresión homicida. La forma de
llevar a cabo la agresión mortal demuestra que no sólo es el resultado de
acabar con la vida de la mujer lo que importa, y que también existe un interés
en producir un daño intenso, por eso, a diferencia de otros homicidios, en
violencia de género, según los informes del CGPJ, la media de puñaladas
utilizadas está por encima de 22.
"En
los últimos años más de 10 menores han sido asesinados por sus padres como
parte de una situación de violencia de género". Con esta violencia homicida el agresor
consigue también dos objetivos: por un lado ocasionar ese daño y muerte a la
mujer, y por otro, reparar su imagen como hombre, que entiende deteriorada por
la conducta de la mujer al haberlo abandonado. Se trata de un crimen moral que
busca mantener sus ideas y principios sobre los de la mujer, y por ello un 75%
de los homicidas se entregan voluntariamente y un 17% se suicida, porque
quieren el homicidio y asumen las consecuencias.
Cuando el agresor además de pareja es
padre, utiliza la violencia para conseguir sus dos objetivos: para controlar a
la madre y para herirla, y cuando las circunstancias ya no permiten controlarla
porque se ha producido la separación, un agresor frío y calculador puede
desviar la violencia hacia otras personas. Entonces, los hijos e hijas aparecen
como víctimas potenciales de la violencia y del homicidio, al ser consciente el
maltratador de que es la conducta que produce un mayor daño a la mujer, y al
creer que al no recuperar a la mujer perderán para siempre a sus hijos y que
pueden terminar “llamando papá” a otro hombre.
Cuando un padre maltrata a la mujer con
la que mantiene una relación demuestra que sus hijos le importan muy poco. No
es cierto que un maltratador pueda ser un buen padre, como tanto se ha oído
ante iniciativas que trataban de limitar el régimen de visitas y la custodia de
estos padres, un maltratador siempre es un mal padre por la violencia que
utiliza contra la madre y contra sus hijos, y puede llegar a ser un asesino
matando a la madre, a los hijos o a ambos.
La mayoría de los padres son
maravillosos, igual que la mayoría de los hombres, pero si no aceptamos que en
España, según los Macroencuesta realizada por el Ministerio de Igualdad (2011),
hay 600.000 maltratadores, y que algunos de ellos pueden acabar con la vida de
sus mujeres e hijos, luego nos haremos preguntas sin respuesta al enterarnos de
casos como los que ayer nos conmovieron.